Ay, ahí hay Dios,
entre arbustos de amor,
como azucenas sin olor,
cuando tus ojos veo,
de la tarde el resplandor,
el carisma que asombró...
en humano trovador.
Ay, ahí hay Dios,
cuando éste ni buscó,
aquel otro le invocó,
por donde esté el siervo,
al momento más intenso...
que a nuestra vida llegó,
aún si no lo espero.
Ay, ahí hay Dios,
le imploro las loas en son,
cuestiono el tiempo que cedió,
al impío de sus cielos sacó,
aunque el mío es mejor...
sigo buscando ocasión,
para mostrarle fervor.
Ay, ahí hay Dios,
mis notas saco en cada tono,
que en el espectro se halló,
parecido a errático anciano,
que en mi tienda aparceó...
similar a ilustre campesino,
que jamás estudió.
Ay, ahí hay Dios,
entre mis cuentas sin bonos,
mis deudas que nadie inquirió,
en medio de todo éste lodo,
que por existencia conozco...
a la par y de cualquier modo,
idéntico fenómeno e igual ocasión.
Ay, ahí hay Dios,
en su pequeño sorbo,
el soplo en su corazón,
una pizca de inspiración,
el conjunto de fuego y pasión...
existe el Ser Supremo,
que nos convoca al honor.
Ay, ahí hay Dios,
luchando por tierra un trozo,
en lo más recondito,
de la intrincada jungla, diáfano,
elevando su palabra, verbo...
justicia, pureza y valor,
donde el derecho falló.
Ay, ahí hay Dios,
surcando las selvas, en cada río,
atravesando la niebla al hilo,
el frío que me tocó,
a su lado en inmenso calor se convirtió,
el cariño que ni siquiera esperó...
de aquel infante que a su lado quedó.
Ay, ahí hay Dios,
es la moraleja que ninguno le enseñó,
el principio que nadie irrespetó,
que a conducirte por camino solo,
ni uno necesitó, porque lo llevó...
de la mano al destino que fomentó,
la unión entre el altísimo y cocreador.
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